diciembre 09, 2007

LA MARCHA FORZADA/ JOSÈ DIEZ

LA MARCHA FORZADA


Por Josè Diez
Josè Diez en la presentacion de su libro en Chiclayo.
Al finalizar abril del 73; anclaba por primera vez en Barcelona y de inmediato rumbo a Plama de Mallorca. Te impresiona la isla con esa rara inspiración de su naturaleza. Las superestrechas callecitas del centro por donde se encuentra el Ayuntamiento; la hace notoria, agradable y pintoresca. Sólo el caminar por ellas me convertía en un tremebundo personaje. Me hice de muchos amigos del continente y de muchos españoles de lejanos pueblos de Extremadura y de Andalucía.
En los meses de julio, setiembre, me llegaron cartas de Isaac Rupay y de Jorge Pimentel; que marchaba de la Bundes-republiek Alemana hacia Madrid. Le escribí para contactarnos en Barcelona, pero sus contratiempos y abatares, denegó el encuentro. Isaac por el contrario ya fundaba su primera revista literaria: La Tortuga ecuestre. Su rostro lo llegaría a transfigurar con la de Lautremont por la tez y la edad. Que nobleza de hombre persistía en su ser. Siempre que lo recuerdo, mi mente se ubica en el puesto de periódicos de su padre, en la Colmena y unas cuadras más allá a Eloy Jáuregui, con algunos encuentros de Feliciano Mejía, José Cerna y Manuel Morales; el poeta de... si tienes un amigo que toca tambor, cuídalo es más que un consejo...nos invitaba calles abajo de la gran Lima, para hurgarle unas copitas aguardiente a la nostalgia.
Con Santiago, Elías, Juan Ramírez, V. Herrera, Armando Arteaga (con sus apariciones de improviso) en el puesto de Isaac, nos poníamos a platicar de cualquier cosa, bromear de cualquier cosa y pelar las carcajadas de poetas, con toda esa inocencia espiritual.
No ha existido poeta alguno que no haya cruzado el puesto de Isaac, para llegar al bar Palermo. Abelardo Sánchez como Tulio Mora, Winston Orrillo como Arturo Castañeda o el mismo rector de la Universidad Juan José Vega; al encuentro de todos los días y al desencuentro de la patria potestad. Los emigrantes como yo, los provincianos intrépidos; se arrojaban a conocer los distritos de la capital que no está exenta de odiseas; como dormir en la casa de Pedro Morote, por recomendaciones de Alfredo Pita. O caminar toda la noche por Breña, o andar perdido por el Rimac, o tomarse una sopa de pescado en San Miguel y unos días después una mariscada en el Callao. Hay que tener alma de espartaco para enfrentarse a ella y seguir el camino adecuado.

Cuando pregunté por Rupay al año siguiente de residir en Mallorca; Santiago me escribió que había fallecido y mi madre me anunció la muerte de mi sobrino Luís Fari, aplastado por un camión. Sentí que me asfixiaba en esa isla con esos trágicos sucesos, que me hicieron llorar con infinita amargura.
Todo lo que se tiene muy presente no se llama olvido, lo escribiría muchos años después en Amsterdam.
Ya en Barcelona me encontré con Vladimiro Herrera y posteriormente con José “zambo” Tang y Yulino Dávila.
Por una casualidad peruana sin querer, tropecé con Alfredo Pita, que visitaba al escritor catalán José Trias, para sus comentarios periodísticos.
Por el año 76, exponía Guayasamin en un local de las Ramblas, cerca al palacio la Virreyna y García Márquez dictaba una conferencia sobre su libro famoso. José Donoso entraba y salía de las librerías aledañas.
Media vida se ha marchado de nosotros, entre ir y venir por ciudades de ilusión. Alguna vez lo comenté con unos escritores colombianos; Humberto Durán, Oscar Collazos y el dibujante de buen cuño Mario Lafont; entre la Ópera, el bar Zurich y el Celeste, en los días y noches de bohemia en Cataluña.
Los libros de los grandes amigos, dedicados.
Un año después aparecí en Paris y me establecí por un tiempo indefinido. La vida en Paris es hambre y bohemia. En las terrazas de Saint Michel alguna vez coincidí con Oscar Málaga
para conversar sobre Picasso y de paso, Ivo Pérez Barreto nos invitaba a sus estrambóticas fiestas de Saint Lazare, con orgía garantizada.
Luego me vì con Verástegui que había obtenido una beca de estudios; pero mis referentes más que todo era José Carlos y su primo Jorge Nájar recién llegadito a la ciudad calvario; porque es la ciudad que te da y te quita, te quita y te da.
Elqui Burgos meditaba en su “castillo” de George Mandel; donde aterrizaban todos los desterrados de la patria, al igual que Patrik Rosas y su hermano José. Alfredo Pita asistía a la Sorbona; Tang a la investigación plástica y mi encuentro privilegiado de esa fecha fue con Manuel Scorza, en UNICLAM.
Era el tiempo en que sólo pintaba y hacía dibujos en bares y terrazas para ganarme el sustento y el vino tinto. Mi cabeza no tenía orden para escribir. Mi inspiración había quedado reducida en trazos y locura.

El Metro Odeón era para los ilusionistas del arte, el punto de referencia en esas tardes grises que caracteriza a Paris y a su
hada locura. Tropiezos repentinos como la que tuve con Arturo Castañeda, charlando de su novela sin fin y de su gran amigo Eduardo Gonzalez Viaña; entre tazas de café, humo y sonrisas.
La cabeza de los hombres aparte de la inteligencia y los conocimientos lo habitan sobre todo, los recuerdos.
El Paris del 77 y mediados del 78, había sufrido un “choque turístico” de grandes dimensiones culturales. Las calles estaban asaltadas de escritores de varios continentes; sobre todo por el nuestro. Charlas, forums, recitales de música en el teatro Olympia; exposiciones de Chávez, Quintanilla, Grau. No conocieron los triunfos al estilo Dalí, al estilo Picasso; la situación daría la vuelta suplementaria de 200 grados; debido al influjo e influencia de las artes visuales, con la aparición de las ordenadoras. Los magos del color y de las formas desaparecieron y se incorporaron los trucos científicos, mediante los nuevos equipos procesadores y técnicas gráficas; hasta nuestros días.

Los golpes de Dios se dejaron notar, cuando pasé una semana en la calle, sin casa, sin dinero; durmiendo bajo los puentes cerca a Saint Germain des Express, totalmente desamparado; que tuve que robar frutas en los mercados y comida en los supermercados para sobrevivir. A esto le llamamos supervivencia. Y en Perú a estas alturas está en las mismas condiciones. En el café Le Prince tocaba el arpa, el Venezolano Gabriel con su inseparable copa de cognac. Me ayudó en muchas cosas y sobre todo para mostrar mis dibujos en Cefral.

Recuperado de esas lágrimas imprevisibles por la Avenue de Versalles; mi alma se llenó de amores, de sabores y sorpresas. Suizas igual que danesas, vascas o noruegas; media argelina y media francesa, en esa ciudad llamada: ciudad luz. Y esa generación es el testimonio.
El sueño Parisino está cubierto por un cielo inoportuno. Es un eco fantasmagórico poblado de soledad y desamparo, buscando inútilmente la inmortalidad.


Programa de la presentaciòn del libro de Josè Diez en Chiclayo.

José Diez – atawallpac
Holanda 2007




Apunte de Vallejo, por Josè Diez.