mayo 05, 2011

EL ÑANDÚ DESPLUMADO / ARMANDO ARTEAGA

EL ÑANDÚ DESPLUMADO:
PUBLICAR AL QUE ESCRIBE
Por Armando Arteaga

La revista se llamaba El Ñandú Desplumado.

De nariz en el berenjenal de las ilusiones de mis libros, me tropecé en un recodo inadvertido de la biblioteca, entre los anaqueles concertados, con un par de revistas argentadas donde la narrativa era la única travesura perfecta de nuestro gargarismo literario. La revista se llamaba El Ñandú Desplumado, se publicaron dos números de esta revista de narrativa breve, que así recuerda la fecha del primer número: empezando diciembre 1990, dando un largo salto, hasta el primer semestre de 1995, de la otra revista N- 2.

Luis Vargas Chirinos, escribía y publicaba sus cuentos, y como todos nosotros aborrecía a los sagrados.

Las revistas literarias suelen ser “in abstracto”, pequeñas islas donde uno ha sido siempre un naufrago invitado. Invitado a escribir, invitado a publicar, invitado a perdurar con los textos otorgados para la gloria promisoria. Las revistas literarias suelen ser credenciales de contingencias diversas de cierto hedonismo gregario donde la algarabía por la libertad de ser algo en la grandeza humana de literatura era lo más sublime.


No por algo Federico García Lorca escribió: Quise llegar a donde llegaron los buenos. Todos los narradores que publicaron en las páginas de El Ñandú Desplumado llegaron, y eran buenos. Pero, el único que no llegó y el primero que se marchó, fue el altote Luis Vargas Chirinos, flaco y bigotón, su entusiasta director.

Luis Vargas Chirinos, escribía y publicaba sus cuentos, y como todos nosotros aborrecía a los sagrados. Consagrados, ya éramos todos, los que publicamos en esos dos números de El Ñandú Desplumado. La revista El Ñandú Desplumado quería continuar la aventura de Eugenio Buona en sus “Cuadernos semestrales del cuento”.


La narrativa breve atrapó arrolladoramente el fantasma de nuestros cuentos

No estábamos unidos por generación, ni por tinte político, ni por lugar de procedencia, estábamos signados porque queríamos modernizar la narrativa, superar el realismo urbano, no dejarnos atraparar tampoco por la fantasía pura, superar la aburrida descripción morosa de los costumbristas, abolir de los terratenientes de las letras: sus letras protestadas, queríamos desahuevar a los miopes agraristas. La narrativa breve atrapó arrolladoramente el fantasma de nuestros cuentos, nos gustaba la técnica, el cine, el haiku, la brevedad.

Yo siempre conversaba con Luis Vargas Chirinos en el Café de Huérfanos. Allí nos encontrábamos para conspirar, sonreía, era también dirigente sindical bancario, y tuvo la suerte y el aporte de publicar estos dos números de El Ñandú Desplumado. El genio de ese tiempo estaba hecho de frases aisladas, rápidas, palabras exactas como teoremas para demostrar que estábamos apurados siempre, queríamos llegar a la frase decisiva, a cambiar al hombre. Logar que en él desapareciera por completo la avidez individual y que sus actos estuvieran inspirados por motivaciones colectivas, después vendrían los actos personales decía Luís Vargas Chirinos: la soledad de escribir.

Ha dejado publicados estos dos números de El Ñandú Desplumado que son de oro, cuando se estudie la literatura peruana que empezó a ser breve en 1990: el año que vivimos en peligro. Cuando se recuerde que no se puede escribir sin ser lacónico, que vivimos entre el cero y entre el infinito.

Luís Vargas Chirinos se fue becado a estudiar cinematografía a Cuba, por una buena temporada, volvió con muchos libros y amigos: entre ellos, Senel Paz y Luís Rogelio Nogueras. Viviendo en la libertad de escribir como los beatos viven en la fe. De alguna manera, quiso dejarnos en esos dos números de El Ñandú Desplumado una visión desde su humanismo, irónico, provocador, de donde la narrativa muchas veces es más interrogante que reflexiva. Vivía apurado, la muerte (cruel destino)  lo sacó prematuramente de sus propios menesteres literarios.

Publicaron en su revista EL Ñandú Desplumado, entre otros narradores: Cronwell Jara Jiménez, César Vega Herrera, Oscar Colchado Lucio, Carlos Augusto Rivas, Víctor Borrero Vargas, Juan Rodríguez, Áureo Sotelo, Raúl Párraga Jurado, Dante Castro y Walter Zans.

En la presentación de El Ñandú Desplumado N- 2.