julio 08, 2012

Comentario crítico sobre Flores del pantano de José E. Briceño Berrú

Comentario crítico sobre Flores del pantano

SigifredoBurneo Sánchez
 
 

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Escribir poesía es una tarea siempre vinculada con el propósito, consciente o inconsciente, de contribuir al esclarecimiento perso­nal de los conceptos e intuiciones que la experiencia vital provee a cada quien; siempre y cuando se trate de un espíritu sensible, ani­mado por valores humanistas y por su admiración hacia el arte. La poesía suele ser, entonces, un producto de la inteligencia sensible que propone temas trascendentes a lectores también interesados en tratar de desentrañar los misterios de la existencia.
El nuevo poemario que presenta José E. Briceño Berrú, ti­tulado Flores del pantano, se inscribe directamente en la línea de quienes conciben la producción poética como una de las mejores hazañas del alma; labor constante y delicada, que requiere pericia, prudencia y precisión verbal. Sus temas no son propios del asom­bro novedoso que a veces espera el lector postmoderno, sino que se refieren a las grandes emociones humanas de todos los tiempos: la decepción, el amor, la rebeldía, el erotismo y la esperanza. Esta decisión temática del autor, informa sobre su honda preocupación filosófica respecto al devenir humano, antes que al regodeo de las circunstancias azarosas y efímeras de la vida superficial.
El poema emblemático del libro, “Los pantanos del alma”, describe el derrotero decepcionante del espíritu colectivo de la humanidad, cuyo tránsito histórico se ha dirigido desde la luz hacia la oscuridad, desde el color hacia la sombra, desde el mo­vimiento hacia la inercia. Es una percepción existencialista sobre el destino de la raza humana, que cubre de sombríos presagios el presente y el futuro (“Agua negra sobre tierra negra, légamo negro sobre agua negra”). La construcción de un mundo cena­goso y sórdido es, según el planteamiento ideológico del texto, el producto simbólico que representa el fracaso de la condición humana: en lugar de orientarse hacia un ideal positivo sólo ha conseguido erigir la perversidad como símbolo de su acontecer (“tierra y cieno negro del cerebro en acciones viles, criminales”). Horrenda pero a la vez objetiva conclusión si tomamos en cuenta las guerras, la contaminación ambiental, la ambición, las traicio­nes y la hipocresía que suelen empañar la vida de los hombres. Sin embargo, al final del texto, en el lejano horizonte del páramo tenebroso, se vislumbra el color vital de algunas flores, que son la promesa de alguna redención hipotética (“se puede ver en lon­tananza flores brillando en su amor lejano”). Es que el poeta no puede resignarse a la destrucción de la vida, que ama y exalta, y prefiere imaginar que todavía es posible la esperanza.
La primera sección del libro se titula “El amor”, y consta de veinte poemas en los que, desde diversas perspectivas y con di­versos estados de ánimo, se aborda la pretensión de definir qué es la sensación erótico-sentimental que invade inevitablemente, en algún momento de su vida, a todo ser humano, convirtiéndolo en lo que no era y sumiéndolo en un vertiginoso abismo de felicidad e infelicidad. Por los versos de esta sección se deslizan el olvido, el amor como forma de redención, el dolor del desamor, la sole­dad, el enamoramiento, la ilusión y belleza del amor correspon­dido, el amor como reposo del guerrero, la esperanza de la conti­nuidad vital a través del amor, pájaros, flores, remembranzas, el placer y la alegría del reencuentro, la separación de los amantes, la liviandad del amor no percibido, la supuesta duración eterna del verdadero amor, el amor y el odio hirviendo de pasión en una mezcla perversa e indiscernible, el amor efímero como ave de paso… Sin embargo, sobre la diversidad expuesta, destacan los motivos esenciales: ¿vale la pena pensar en los motivos de la ausencia amorosa? ¿No resulta preferible inventar amadas idea­les para satisfacer el deseo de eternidad? El balance provisorio deja dos certezas: no se puede definir el amor, pero las flores del pantano alimentan la esperanza.
La segunda sección, titulada “El hombre”, está compuesta también por veinte poemas, en los que la preocupación se orienta hacia las inquietudes sempiternas de la humanidad: el transcur­so de los días y el sentido del tiempo, la nostalgia por el pasado irrecuperable, la cercanía de la muerte con el avance de la edad, la ambivalencia axiológica del ser humano y el deseo irrenunciable de vivir. Los endecasílabos tejen una trama consistente para con­vencernos que la vida sin amor es una sombra tenebrosa y que la vida sin ilusiones es una especie de muerte en vida, por lo que existe un amor para cada edad. Las conjeturas incluyen una in­teresante reflexión acerca del verdadero hábitat impreciso del ser humano (mundo real objetivo-mundo ficticio mental), una discu­sión metafísica sobre el valor del pensamiento (según sea hecho con odio o con amor) y una proclama para no abandonar nunca la creatividad, pues es la única manera verdadera de no morir.
“Rebeldías” es el título de la tercera sección y, tal como su de­nominación anuncia, comprende veinte poemas dedicados a tra­tar acerca de las injusticias y vilezas con que el ser humano agobia a otros seres humanos. “Mi cólera es la furia de los pueblos”, dice uno de sus versos, sintetizando el contenido y la actitud del poeta en este apartado del libro. En el conjunto de estos poemas puede organizarse una línea de pensamiento coherente y sistemática: el hombre es el enemigo del hombre y debe combatirse esta triste realidad. Toda depresión tiene su causa y, en esta sección, puede colegirse que la rebeldía no es únicamente contra ciertas conduc­tas políticas e ideológicas, sino también contra todos los aspectos que malogran las ganas de vivir: contra el abuso infantil, contra la infatuación de los soberbios, contra la ignorancia y el desánimo, contra los enemigos del arte, contra los embaucadores de mu­chachas, contra la destrucción de la naturaleza, contra el dolor propio y ajeno, contra todo aquello que constituya una vileza y un demérito para la humanidad. Queda flotando la sospecha de que el hombre origina tristeza, una tristeza tan honda que puede terminar proyectando soledad y dolor hasta en la otra vida.
“Arte, poesía y erotismo” se anuncia en el título de la cuar­ta sección, que comprende los poemas del 61 al 80, donde en­contramos textos alusivos a la percepción estética, al valor de los versos y a la insinuación carnal femenina. Los doce textos que van delante mezclan con sabiduría los elementos de la naturale­za que despiertan valores estéticos en el género humano y tratan de convertirse en lección valiosa, que proviene de la experiencia personal del poeta: poesía, naturaleza y vida están unidas en el fuego de la creación, brindando luz y color en versos que fluyen con honestidad y que deben difundirse por el mundo. La tristeza es fuente de imaginación para el artista, por eso puede parecer que ha abandonado temporalmente la escritura; pero, al final, si se vence la actitud letárgica, resurgirá la incontenible fuerza creativa. Para los seres sensibles todo es poesía o susceptible de hacerse poesía, haciendo posible que lo que sólo es ilusión en la vida real se convierta en gloriosa experiencia onírica, logrando así la trascendencia donde se confunden los recuerdos verdade­ros con los recuerdos inventados (sin que pueda diferenciarse ya cuáles son más gratos). Los ocho textos restantes solazan al lector y enorgullecen a la mujer recordando y tratando con fina sensi­bilidad el acto callejero de volverse para mirar el trasero de las muchachas hermosas. Este quizá sea uno de los actos instintivos y culturales más repetido en toda la geografía de la civilización postmoderna y remite al origen remoto de la atracción bisexual, que tanta felicidad y también tanta desgracia acarrea cuando se pasa de las miradas a los actos sexuales y a la intimidad de pare­ja. Hasta donde conozco (pero mi ignorancia es grande), este es un tema innovador en la poesía. La fantasía onírica que propicia el desborde sensual, la agitación corporal y la paz posterior, la muchacha no conseguida, construyen un mensaje indubitable: la mujer es la poesía. Por eso será que los poetas persiguen tanto a las mujeres. El poema “Números” remite a una curiosa manera de cifrar numéricamente el cuerpo femenino, brindando una po­sibilidad juguetona de admiración sobre el cuerpo ajeno y sexual­mente apetecido. El último poema de este grupo, “Sorpresa”, realmente desestabiliza al lector generando rechazo inmediato, pero, a la vez, muestra una realidad cada vez más pública, más consentida y más polémica.
La quinta y última sección, que comprende los poemas nu­merados desde el 81 hasta el 100, se titula “Satíricos y jocosos”, y en ellos se dedica el autor a ironizar acerca de personajes e insti­tuciones de diversa índole: contra los villanos, a quienes hay que sortear en el camino y aplicarles látigo para que no obstaculicen el desarrollo; contra los hipócritas, mendaces y ladrones, a quienes califica ignominiosamente, como escoria social; contra ladrones y políticos, quienes se confunden en el mismo tipo de acción, sólo que bajo diversas modalidades. Varios poemas están dedicados a satirizar el discurso público a favor de la educación que en los he­chos se incumple sistemáticamente: ministros, docentes, alumnos y padres de familia aparecen con alegre vestimenta de comedian­tes, pues nadie toma en serio la calidad de la educación. Otros poemas arremeten contra los falsos poetas y contra los tiranos, quienes florecen porque la humanidad es perversa y contradic­toria, ya que se empeña en dirigirse hacia la dirección contraria que señala la caridad cristiana. El inquietante texto “juicio inicial” muestra al demonio juzgando a los animales, en una atroz in­versión de dios juzgando a los hombres. Dentro de la diversidad temática hay un espacio para la reflexión, señalando que la for­mación adecuada del cerebro es vital para ser libres y para pro­ducir pensamiento de calidad humana. Se discute por tozudez, queriendo tener siempre la razón, cuando la verdad suele estar repartida entre todos los seres humanos, unos comen y otros no, hay quienes piden un favor pero luego te chupan la sangre: son ingredientes agridulces de la versátil mezcla gastronómica con que concluye esta sección.
En síntesis, esta obra de José E. Briceño Berrú, quien desde la tierra piurana de Chulucanas se ha trasladado hasta las urbes italianas, nos demuestra su cariño por el cultivo de la poesía clá­sica en su insistencia de construir sonetos y nos demuestra, tam­bién, su invalorable actitud de humanista insobornable al estar siempre preocupado por el establecimiento de una sociedad más justa, más equitativa, más solidaria y más feliz.
Piura, julio de 2011.
SigifredoBurneo Sánchez
Profesor Principal de la
Universidad Nacional de Piura

Introducción
Desgajo estas pocas palabras de la granada de mi pensamiento, a manera de tenues lucecillas rojas, sobre estos modestos sonetos, no para analizarlos literariamente ni emitir juicios críticos sobre mi misma poesía, sino para explicar brevemente los motivos que me movieron a escribirlos y el contexto en que ellos se gestaron; algo así como para darles una especie de partida de nacimiento, de identidad y justificar su existencia y su contenido.
El primer propósito, los motivos, encuentra su explicación en anteriores enunciados míos, que creo corresponden o coinci­den con el sentir de todos o casi todos los poetas. Es siempre esa comezón interna de tu espíritu el que, atiborrado de sensaciones, sentimientos y pensamientos, corre el riesgo de reventar, y en­tonces, antes de que salgan disparados como locos perdigones a través de la tela espiritual que los contiene, necesitas preparar su camino para que salgan indoloros y menos salvajes que las fieras, para que no causen daño a quienes te favorecen con su lectura, para que te sientas aliviado de tanta sensación, dulce o amarga, apacible o violenta. Este primer propósito de los motivos tiene que ver: primero, con tu ego, en el deseo de desembarazarte de tanto misterioso ocupante, ángel o demonio que sea; y segundo, con tus prójimos, cercanos o lejanos, a quienes no debes ofender nunca con vulgaridades, porque puedes ser hasta sarcástico o sa­tírico con los hipócritas y mendaces, pero no asesino del lenguaje y ofensor de los buenos lectores.
El segundo propósito de estas palabras introductorias es mucho más difícil de alcanzar y es muy complicado, porque tiene que ver: tanto con nuestro enmarañado mundo cultural interno, fraguado a través de toda nuestra existencia; como con el me­dio en que ha transcurrido o transcurre nuestra vida, es decir los hechos o acontecimientos que hemos vivido y que han punzado nuestro cerebro para inducirnos a escribir, para escoger el moti­vo, objeto o sujeto de la propia poesía.
En general, el amor ha sido siempre el objeto más frecuen­te del poeta. Pero aquí, en este libro, no ha querido limitarse al clásico concepto del sentimiento y atractiva que experimentan dos seres de sexo opuesto, uno de los motivos más bellos del arte poética. Mi pretensión ha querido ir más allá de este circunscrito mundo interno aguijoneado por la hermosura de la mujer, porque la sensibilidad del hombre (que muchos torpemente confunden con debilidad, en el aberrante concepto de que es fuerte quien no experimenta amor ni se duele por el dolor de la humanidad) pue­de ser golpeada también: por la sonrisa de un niño, por la tristeza de un anciano abandonado, por la depredación de la naturaleza, por la angustia de una guerra, por la voracidad de algunos hom­bres desalmados y por las mil vicisitudes de la humanidad. De allí nace una buena parte de estas poesías.
Entonces, explicando, pero no analizando literariamente las cinco partes en que se ha dividido este libro, puedo decir suma­riamente cuanto sigue:
Las flores del pantano son las almas nobles que día a día van disminuyendo sofocadas por los humos de los desvalores huma­nos que culminan en el encumbramiento del dios dinero como meta máxima de los hombres. De esas flores transparentes que no tienen sexo, se destilan poco a poco las mujeres, las más sensibles a la tragedia humana. Son las más abatidas por los huracanes de la violencia, las más abnegadas; siendo frágiles y bellas son, al mismo tiempo, fuertes porque madres, y los hijos que las aman, son la parte noble de lo que queda del hombre. A esa mujer uni­versal, van dedicadas las poesías de la primera parte.
Los sonetos de la segunda parte quisieran escarbar en el alma de los hombres, pero, pobres versos, parece que no pueden penetrar en ella y a fuerza de intentos terminan como una espada mellada. No hay brecha para entrar en el alma humana. Por eso es que los versos vagan dando saltos en el tiempo, entre recuer­dos y olvidos, rebotando de una coraza a otra, de un niño a un anciano, de un demonio hacia un ángel, de la tristeza a la amar­gura; pero, tercos, siguen amando la vida y, a pesar de sus golpes y rebotes, luchan siempre contra el culto de la muerte de nuestra moderna sociedad.
Las “Rebeldías” de la tercera parte son las armas y escu­dos con los que, malamente, los espíritus nobles pretenden de­fenderse. Protestas, aflicciones, y hasta autoflagelaciones por la impotencia de no poder enderezar siquiera una ramita torcida del trágico árbol de la civilización actual, que ha llegado a to­car con sus venenosas babas, la inocencia más pura, la niñez, lo que constituye una verdadera tentativa de suicidio colectivo de la Humanidad.
La parte IV no pretende ser un elogio del erotismo, sino un simple reclamo de su presencia, de su identidad que ha sido con­fundida con la vulgaridad y la pornografía. Pretende darle algo de dignidad al arte a través de la defensa de la poesía, también maltratada y magullada por los pigmeos de los falsos literatos.
La quinta y última parte en fin, vuelve al intento de levantar su espada contra la iniquidad de ciertos hombres. Quién sabe si logrará en algo su propósito en lo que se refiere a las “Satíricas”. Y en lo que respecta a las “Jocosas”, creo que difícilmente logrará arrancar una sonrisa, si no fuera porque alguien riera para no llorar, como se suele decir.
¡Cómo quisiera que las flores del pantano lograran preva­lecer y convertir el pantano en un maravilloso jardín! Sé que es mucho pretender, y, ay de mí si no soy otro iluso, creo que no sea un imposible absoluto.

Milán, 11 de febrero de 2011 (8 de la noche).
José E. Briceño Berrú